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La vida de un militante

La vida de un militante

Este libro que usted comienza a transitar le develará, aún en sus aspectos más recónditos, la historia del mayor saqueo que ha sufrido nuestro país. Paso a paso, desfilarán ante usted las maniobras del capitalismo financiero internacional, desde la imposición de préstamos hasta la elevación usuraria de las tasas, pasando por el canje de bonos y el “riesgo país”. Asimismo, comprenderá como la deuda externa se convierte en instrumento de dominación política, derrumbando los bastiones de la soberanía, para implantar, a través de un “modelo económico” reaccionario, una inicua expoliación sobre la mayoría de los argentinos. Seguramente se indignará al avanzar en la lectura y más de una vez, quizá se escape de su boca una dura interjección.
Pero, como usted bien sabe, siempre hay vida, aún en la muerte, lo cual nos permite buscar la otra cara de esta historia siniestra. Desde esa óptica distinta, este libro testimonia la existencia de un fiscal insobornable, de un fabuloso espíritu de lucha, de una ética diamantina. Esos legajos nutridos por la ignominia de una estafa mayúscula nos revelan, al mismo tiempo, una vida entregada a la defensa de la Patria y del pueblo. Estoy hablando del infatigable fiscal que se llamó Alejandro Olmos.
Tuve el privilegio de conocerlo y compartir con él la mesa de café en diversas oportunidades. Sin embargo, hoy que me gratifico escribiendo este prólogo, rememoro aquellas charlas y no encuentro información para reconstruir su historia personal. Me resulta curioso no poder recuperar anécdotas ni datos suyos, como si nunca lo hubiese tratado. La explicación no ofrece dudas: Alejandro no hablaba de él , solo hablaba del enemigo que nos oprimía. Esa era su preocupación absorbente. Lo personal no existía, era cuestión secundaria. Alguna vez pensé que este hombre que se exaltaba porque Martinez de Hoz había declarado ante el Juez que había una diferencia no registrada de cuatro mil millones de dólares en la deuda externa, probablemente llevaba en su bolsillo solo las moneditas necesarias para pagar su viaje en colectivo. Con el tiempo, uno comprendía, al fin, que ahí residía su tremenda fuerza, que le permitía enfrentar –el solo, con apenas unos pocos amigos que lo apoyaban- a los mas poderosos banqueros del mundo.
Por esta razón, se torna difícil redactar un prólogo biográfico. Por otra parte, a él no le hubiese gustado. Nunca le intereso personajear, ni aspiraba a prenderse condecoraciones en la solapa. Compartía aquello de Atahualpa Yupanqui:” Lo que importa es lo de adentro/ que lo de afuera es comprao”. Para Alejandro, lo que se compraba y se vendía era despreciable, no sólo las cosas sino especialmente las personas. En cambio, lo “de adentro” era ese fuego que le daba fuerzas para combates tan desiguales y esa ética inconmovible que más de una vez los filibusteros intentaron vanamente quebrar.
Él sabía que cuando se opta por la causa del pueblo “los medios” arman en derredor el círculo del silencio. Pero no le interesaba. Estaba acostumbrado al anonimato, como así también a la persecución, a la clausura de sus periódicos y a la estrechez económica. Sin embargo, como cualquier ser humano, necesitaba, de vez en cuando, algún reconocimiento, alguna caricia del alma para retemplar las fuerzas. Vale la anécdota, una de las pocas que puedo ofrecer al lector: en un libro escrito en 1969, hice una referencia elogiosa -apenas tres líneas- a varios luchadores, entre ellos Olmos, que en 1955 salieron “a la resistencia” con sus periódicos, frente a la dictadura militar y allí sostuve que eran los “que siempre entraban en las listas de pelea y nunca en las de cobranza”. Muchos años después, en 1983, cuando lo conocí personalmente, me estrechó la mano con mucho afecto y me dijo: - Gracias, muchas gracias por esas palabras suyas de reconocimiento.
Quizás a algún joven lector –que todavía no ha experimentado de qué manera funciona la maquinaria de difusión controlada por la clase dominante- esta anécdota le resulte un tanto cursi o la encuentre exagerada. En ese caso, lo convido a hacer la siguiente prueba, partiendo de que sabemos que la Argentina es el único país del mundo donde la cuestión de la deuda externa fue llevada a la Justicia, precisamente a través de la acción de Alejandro Olmos. Ahora, búsquelo en el Diccionario de los Argentinos, Hombres y Mujeres del Siglo XX, editado por el diario Pagina/12. Revise: Olmedo Alberto, Olmos Sabina, Omar Nelly…No aparece. Ahora, vaya a la Enciclopedia Visual de la Argentina, editada por Clarín, 3° tomo: Olivos Rugby Club, Olla podrida, Ollantay, Olmedo Alberto, Olmos Sabina, Olta, Olympikus de Azul Club, Omahuaca, Omar Nelly, Ombú… Tampoco. Es decir, Olmos Alejandro no existe. Impulso el juicio sobre la Deuda Externa, lo mantuvo activo durante 18 años, creó el Foro Nacional de la Deuda Externa, concurrió a reuniones internacionales sobre la cuestión del endeudamiento y allí lo reconocieron porque forzaba a la Justicia de la Argentina a realizar peritajes, audiencias, citaciones, etc., pero no existe para “los medios”, ni seguramente su lucha merece la atención de los Académicos, ocupados en cuestiones mucho más importantes.
Como comprenderá el lector, después de esta comprobación no tengo otra alternativa que, por lo menos, ofrecerle un esbozo de la vida de este patriota, que ya es uno de los tantos “malditos” que la clase dominante “olvida” porque, como decía José Hernández, “olvidarse también es tener memoria”.
Alejandro nació en Tucuman, el 1° de mayo de 1924. Allí desarrollo sus primeros estudios, que lo condujeron, luego, a la Facultad de Derecho. Eran los años de la “Década Infame” y el joven estudiante universitario trabó relación con un coprovinciano peleador e insobornable, justamente quién habría de otorgar ese rótulo a tal época de latrocinio y entrega: José Luis Torres. Si bien se adentro en el estudio de las cuestiones jurídicas, por esas vueltas de la vida, el joven no llego a doctorarse, pero, en cambio, al lado de Torres, se “doctoró” en descubrir estafas y en esa cuestión difícil de “lo nacional”- lo antiimperialista, si usted prefiere-, tema escamoteado por el liberalismo conservador difundido por la clase dominante.
En esos fines de los treinta y comienzos de los cuarenta, Torres prodigaba sus esfuerzos en denunciar la ignominia del Banco Central mixto –diseñado por un director del Banco de Inglaterra-, el negociado de las tierras del Palomar, las trapisondas de Federico Pinedo y en especial de la familia Bemberg, que a la muerte de Don Otto soslayó el impuesto a la herencia con una declaración de bienes tan menesterosa que casi constituía una solicitud de limosna.
Alejandro, pues, no podía tener mejor maestro para aprender a descifrar balances fraudulentos, maniobras de Bolsa y tramoyas en los empréstitos.
El año 45 lo encuentra incorporándose a la caravana popular que lidera Juan Perón. La información con que se cuenta permite suponer que Alejandro comparte con Torres una posición nacionalista y que concurre a su casa –Talcahuano 638, 7° piso de la Capital Federal-, donde arman tertulias políticas, entre otros, Raúl Scalabrini Ortiz, el padre Leonardo Castellani, Ernesto Palacio y Amancio Gonzáles Paz, un sacerdote irascible a quien apodan “Odiancio González Guerra”. Sin embargo, el joven parece colocarse más cerca de los trabajadores en la rica experiencia que están desarrollando, mientras Torres evidencia algunas reservas respecto del nuevo movimiento.
En agosto de 1946 –no obstante su adhesión al gobierno y probando, desde el principio, su independencia de criterio- Alejandro se moviliza junto a sus amigos del nacionalismo, presionando para que el gobierno argentino no adhiera, bajo la presión norteamericana, a las Actas de Chapultepec. Cuando las Actas son aprobadas por el Congreso nacional –con la oposición, entre otros, del diputado John W. Cooke-, “mi padre –testimonia Alejandro Olmos Gaona- en su obsesiva veneración por la justicia, le inició un juicio penal a Perón y a Juan Atilio Bramuglia, lo cual determinó que fuera exonerado del cargo que desempeñara en la Aduana”.
En esa misma época, el joven de veintitrés años visualiza ya a los grandes saqueadores del país y realiza una investigación sobre la empresa ARMCO, en momentos en que ésta intentaba ocupar un lugar de privilegio en el desarrollo de nuestra industria siderurgica. De esa manera nace un informe que eleva al Presidente Perón, hacia 1947. Esta batalla librada por Alejandro fue reconocida por Torres en el capítulo octavo de su libro La Patria y su destino. Allí, afirma: “Un joven coprovinciano, el señor Alejandro Olmos, dirigió al Presidente de la Nación, con antelación al debate promovido en el Congreso, una denuncia concreta y fundada, probando en forma concluyente la miserable conducta de la mencionada organización capitalista internacional en sus relaciones con el Estado… Un diputado leyó en el recinto el mencionado folleto del joven Olmos y nadie intento allí destruir ninguno de los gravísimos cargos enunciados y probados en contra de la ARMCO. Pero algunos legisladores creyeron de su deber zaherir al autor de la denuncia imputándole culpas que no tiene. “Irresponsable” fue lo menos que de él se dijo, con absoluta falta de razón y de sentido, pues el señor Olmos es tan responsable como lo son todos los ciudadanos argentinos bien dotados y de muy limpios antecedentes. Se dijo de él que era un “comunista conocido” en los archivos policiales, con un evidente afán peyorativo. “Nazi” y “Comunista” son dos definiciones ultramodernas utilizadas de ordinario y con abuso para calificar a presuntos enemigos del género humano. El joven Olmos –me consta- es tan comunista como puede serlo el Arzobispo de Buenos Aires… De mi también se dijo que era un “comunista conocido”, con igual intención peyorativa con que, diciéndole lo mismo, se trató de invalidar en el Congreso al denunciante de la sociedad mixta entre la ARMCO y el gobierno argentino. Pero, en mi caso, Braden rectificó posteriormente la versión y en su famoso Libro Azul me llamó “nazi”. Los tiempos pasan, caen los regímenes de gobierno, pero los monopolios quedan y el supercapitalismo internacional mantiene su hegemonía sobre los poderes públicos.
Las disidencias parciales de Olmos respecto al peronismo gobernante no tuercen su lúcido análisis patriótico, y en abril de 1949, en carta dirigida a Perón, sostiene que se ha concretado “el fenómeno revolucionario en la cristalización de los postulados políticos, económicos y sociales”. En otra carta, de la misma época, al Coronel Bartolomé Descalzo señala que “vivimos la innegable realidad de un fenómeno revolucionario, extraordinario en su esencia y formidable en su proyección hacia el futuro”….que “ha hecho trizas los viejos moldes de la política que ensombrecieron los días de la república, prostituyeron las instituciones y escarnecieran a todo un pueblo”.
Por entonces, se define a favor del revisionismo histórico y, llevado por su espíritu militante, participa en una “Comisión Popular Argentina para la Repatriación de los restos del Brigadier General Juan Manuel de Rosas”, en la cual se desempeña como Secretario General. Resulta interesante consignar que su tránsito por el revisionismo histórico adquiere perfiles singulares, diferenciándose de “los rosistas” de esa época (Anzoátegui, Irazusta, Oliver y otros), quienes adoptan una actitud de prudente respeto a la figura de Bartolomé Mitre. A éstos, Homero Manzi les criticará, en frase siempre recordada: -Ustedes se meten con todos los próceres, menos con el que se dejó un diario de guardaespaldas-. En cambio, Olmos, firme en su iconoclastia, no solo reivindica a Rosas sino que arremete contra Mitre y contra La Nación.
Así sostiene, en un folleto publicado en abril de 1949: “(…) A Mitre le perdonan los sangrientos crímenes de Arroyo del Medio y su falta de patriotismo al negar los derechos de su Patria a las Islas Malvinas, durante el gobierno del Gral. Roca. (…) La Nación empeña su esfuerzo para evitar la exhumación histórica de Rosas, pero le tienen sin cuidado algunos antecedentes que sirvieron, tal vez, para encumbrar a Mitre en su categoría de prócer. (…) Dichos antecedentes (…) no justifican el extraordinario relieve alcanzado por su personalidad en la perspectiva del tiempo. Cabe al respecto el interrogante sobre las causas o factores determinantes de su jerarquización procérica. ¿Será por su capacidad militar? Ejemplo de ella: la fuga de Cepeda, Pavón, donde retirándose hasta San Nicolás, ignoraba que había triunfado, su huida a Azul (…) cuando en las faldas de Sierra Chica los indios armados de lanza, luego de dispersar sus fuerzas, casi lo toman prisionero; el combate de La Verde, de donde huyó con sus 9.000 milicianos, batido por los 850 hombres del Coronel José Inocencio Arias. Por algo Velez Sarsfield lo llamó “el mejor poeta entre los militares y el mejor militar entre los poetas”.
Luego agrega, siempre refiriéndose a los supuestos “méritos” de Mitre para el procerato: “… ¿Será por haber inventado el parte de Caseros o por haber puesto todos oficiales extranjeros, especialmente uruguayos? (…) ¿Será porque los proveedores (de la Guerra de la Triple Alianza), cuyas fortunas se hicieron a la sombra de Mitre, le regalaron a éste la casa que hoy ocupa la opulenta imprenta de La Nación? ¿Será porque sustituyó el Himno nacional argentino por una canción suya, que hacía cantar todos los 25 de Mayo, en el Teatro Colon? ¿Será por sus virtudes cívico-democráticas que le hicieron imponer su candidatura única, basada en el irreductible argumento de la fuerza? ¿Será por lo que le hizo decir a Sarmiento, respecto del gobierno de Mitre, que “obtuvo el triunfo del voto unánime” de los pueblos vencidos, aterrados y despojados de sus bienes?... (Pero) Nada logrará La Nación aferrándose a teorías y falsos juicios que si hasta hace pocos años pudieron hacer escuela, hoy se han desvalorizado por el imperio de una nueva conciencia. El pueblo argentino no volverá a creer jamás en las imposturas amargas que educaron su infancia”. Así reparte mandobles el joven Olmos, un día al Coronel Descalzo, presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano, otro día, a La Nación, uno de los más poderosos órganos de prensa de la Argentina.
En 1953, a través de John W. Cooke, toma contacto con el Presidente Perón y le entrega una propuesta de creación de una Secretaría de Asuntos Latinoamericanos, en la perspectiva del acercamiento de nuestros pueblos – que Argentina practica, por entonces, respecto de Chile y Brasil – en la estrategia de la unión latinoamericana.
Consolidada su posición nacional, apoya la experiencia peronista de esos años, aún cuando su implacable mirada crítica lo lleve a disentir con alguna medida, diferencias que, por otra parte, son naturales en todo período histórico de cambio. Carecemos, por ahora, de información acerca de si, entre 1954 y 1955, tomó cierta distancia del peronismo. (Su amigo y maestro José L. Torres se desplaza hacia la oposición y a fines de 1955 publica el periódico Política y políticos, de orientación lonardista.) De lo que no cabe duda es que cuando se produce el golpe se septiembre de 1955, Alejandro integra las huestes de la “resistencia”.
“El mundo que conocíamos, el mundo cotidiano, cambio por completo –recordaría luego César Marcos, un compañero de lucha-. La gente, los hechos, el trabajo, las calles, los diarios, el sol, la vida se dieron vuelta. De repente, entramos en un mundo de pesadilla…” En esa noche sombría de la primavera de 1955, mientras los burócratas esquivan responsabilidades, dan un paso al frente los luchadores populares: Scalabrini Ortiz desde El Lider, Jauretche desde El 45, Lagomarsino y Marcos desde El guerrillero, Esteban Rey desde Lucha Obrera y Alejandro Olmos con su Palabra Argentina, principales voceros del pueblo inerme enfrentado a la contrarrevolución oligárquica.
Alejandro inicia entonces la experiencia de la clandestinidad, del combate desigual contra una represión despiadada. A partir del 13 de noviembre, día en que aparece su periódico, se entrega con alma y vida a esa lucha, redoblando esfuerzos de todo tipo, desde conseguir el dinero hasta buscar la imprenta capaz de jugarse en la patriada, así como redactar la mayor parte de los artículos con los cuales Palabra Argentina enjuicia al gobierno de Aramburu y Rojas.
“Sumergido el pueblo en las tinieblas de la injusticia de las arbitrariedades de la revolución usurpadora, la voz saliente y arrolladora de Palabra Argentina aplicó - en aquellas dramáticas jornadas – el primer puñetazo en pleno rostro del “vencedor” envalentonado por las armas…Palabra Argentina dio el primer grito de rebeldía –recordará un orador en un acto de homenaje del 11/11/61- y fue factor aglutinante en esos momentos de espanto y amargura.”
Pero la reacción no tarda en contragolpear: secuestro de la edición, persecución policial, allanamiento de su domicilio.
El 9 y 10 de junio de 1956, ante un intenso insurreccional cívico-militar, el gobierno aplica la Ley Marcial y fusila a 27 compatriotas. Olmos sufre hondamente esta masacre no sólo por sus compañeros de lucha, sino, porque, además allí muere un familiar y gran compañero, el coronel Ricardo Ibazeta, fusilado en Campo de Mayo, pues vanamente su mujer y sus hijos piden por su vida ya que, según lo registrará un poema de combate, “el presidente duerme”. Hacía mucho tiempo que en la Argentina no se aplicaba la pena de muerte. Palabra Argentina no sólo denuncia los fusilamientos sino que convoca a una marcha del silencio en homenaje a los caídos, “desafiando a los responsables de los fusilamientos de junio”.
Durante los dos años y medio que van desde el golpe militar hasta las elecciones de febrero de 1958, Alejandro vive en pleno combate, redoblando su entusiasmo y coraje para acompañar a los compañeros en esa lucha quijotesca que se da a través del “caño”, el sabotaje, la huelga o la manifestación improvisada. Las casas de los peronistas se convierten en focos de resistencia, las cocinas en centros conspirativos, los pocos periódicos que circulan van de mano en mano, leídos y releídos en el supremo intento de mantener la cohesión del movimiento y no bajar los brazos.
El padre Hernán Benítez le escribe a Perón , en esa época: “Por entonces, entre varios semanarios que le pegaban sin asco al gobierno, descollaba Qué… con Scalabrini Ortiz -¡formidable!- , Jauretche, también Guemes (El Federal). Olmos sacaba Palabra Argentina, con constancia indomable. Padeció de todo. Le secuestraron cinco números. Le allanaron la casa. Lo persiguieron y siguió en la cosa”.
En ese período, sufre varias detenciones que en modo alguno debilitan su ánimo. Cada vez que recupera la libertad, vuelve nuevamente a sus reuniones, a sus artículos y otra vez Palabra Argentina reflorece desde sus propias cenizas. “Conocemos perfectamente cuál es la línea de conducta del compañero Alejandro Olmos – testimonia Luisa Bustos Fierro de Feraud -. Insobornable hasta el extremo de haberlo perdido todo, desde la tranquilidad hasta su casa, sin contar sus encarcelamientos y las largas persecuciones. A este hombre con temple de acero nadie podrá doblegarlo ni hacerlo claudicar en su lucha titánica por la recuperación de nuestras banderas… Así como este pueblo no pudo ser doblegado por la fuerza ni el asesinato, Palabra Argentina tampoco conoció cobardías ni claudicaciones. Leal a la misión que se impuso cuando salió a desafiar a la tiranía, esta hoja panfletaria fue leal a la causa popular que levantó como bandera y como arma”.
Con “el pacto”, las elecciones y la asunción de Frondizi a la presidencia, el año 1958 ofrece un respiro de algunos meses a la militancia, hasta que resulta evidente el abandono del programa electoral por otro, antagónico: concesiones petroleras, inversiones extranjeras, “Plan de estabilización y desarrollo” acordado con el Fondo Monetario Internacional, privatización del frigorífico municipal. Alejandro vuelve, entonces, con su Palabra Argentina, y en enero de 1959 participa activamente en la lucha por los trabajadores de la carne –liderada por Sebastián Borro- y en el intento de huelga general revolucionaria. De nuevo es conducido a prisión, donde permanece varios meses.
Al poco tiempo de salir en libertad, lanza nuevamente su semanario. Si antes había enfrentado la mordaza del decreto 4161 que prohibía mencionar todo aquello relacionado con el movimiento derrocado en 1955, ahora enfrentará a los tribunales militares del Plan Conintes, como asimismo a la permanente censura en los medios de expresión. No se arredra, sin embargo, y continúa la pelea, hasta que la inflación eleva desmesuradamente los costos y lo obliga a suspender la publicación de su periódico.
Sin embargo, no se da por vencido, y un año después, el 28 de junio de 1961, reaparece Palabra Argentina, como siempre, bajo su dirección. Allí sostiene: “Palabra Argentina no ostenta mejor aval que todas las interrupciones de su accidentada vida. Cada clausura ha sido un mojón más en esta ruta hacia los objetivos de la Liberación Nacional”. Tres meses mas tarde, el semanario convoca a sus lectores para que ayuden a la financiación, a través de una nota titulada “S.O.S”. Logra el apoyo para mantenerse un tiempo más, pero los obstáculos lo abruman, por momentos. Una de las mayores dificultades se origina en “la privación de sus documentos personales”, lo que dificulta sus movimientos. Esta situación -según relatan sus amigos y familiares- perduró durante algunos años e incluso lo obligó a “recurrir a los jueces, quienes en primara y segunda instancia rechazaron la acción de amparo, hasta que finalmente la Corte Suprema hizo justicia, condenando al Estado a entregarle sus documentos personales”.
Estas dificultades no le impiden, en 1962, luchar por un proyecto de Universidad Sindical, que finalmente se frustra por falta de financiación, o en 1964 denunciar judicialmente la maniobra diplomática que impidió el retorno de Perón a la Argentina. Asimismo, en 1965, relanza nuevamente Palabra Argentina, aunque por poco tiempo, por la carencia de recursos.
En esa época debió desplegar grandes esfuerzos para recomponer su vida familiar. Separado de su primera cónyuge –matrimonio del cual nacieron cuatro hijos- contrae nuevas nupcias y de este segundo matrimonio nacen otros dos hijos. Se desempeña, por entonces, en diversas tareas, ya sea en estudios jurídicos –imposibilitado de montar el propio, pues carece de título profesional-, o colaborando en varios sindicatos, sin abandonar por eso las investigaciones: el tema de las carnes, las irregularidades de un empresa extranjera en una concesión den la provincia de Santa Fe, anormalidades producidas en la Aduana, etc.
En el mundo político ya es conocido, pero rechaza toda posibilidad de obtener algún cargo rentado de manera estable. Su independencia es la joya más preciada y no la habrá de perder, ni debilitar, por compromiso alguno con nadie cercano al poder. Su austeridad es ejemplo para su familia y así como sufrió cárcel, sufrirá también estrecheces económicas pero mantendrá siempre la plena libertad para levantar su voz, sin concesiones, frente a quienes saquean a su patria. Así rechaza varias propuestas para desempeñar puestos públicos entre 1973 y 1976, con plena conciencia –ya en los cincuenta y algo- que tampoco obtendrá jubilación alguna en el futuro, pues no ha efectuado los aportes correspondientes.
Solo en enero de 1976 asesora, por unas pocas semanas, al ministro del Interior, su amigo Roberto Ares, pero al poco tiempo vuelve al llano. Un amigo le sugiere que un cargo público podría derivar en un jubilación de privilegio, pero él se desinteresa del tema y continúa su camino sin importarle la propuesta.
Otras son sus preocupaciones ahora que se ha producido el golpe militar del 24 de marzo de 1976, cuando recrudece la represión hasta insospechados límites de crueldad, y cuando Martinez de Hoz pone en marcha, desde el Ministerio de Economía, un “modelo” de capitalismo financiero dependiente, centrado en el endeudamiento externo, la libertad de tasas, la apertura económica, las bicicletas financieras y la fuga de capitales. Alejandro examina atentamente las medidas adoptadas por la dictadura militar, así como sus efectos en el mercado financiero y en el movimiento de divisas.
Con enormes dificultades, logra documentación acerca del endeudamiento de las empresas públicas, del ingreso de capitales extranjeros, de la variación de las tasas de interés internas y externas. Son varios años de minuciosa investigación. Aquel muchachito que había aprendido a desmenuzar balances con José Luis Torres se convierte ahora en fiscal implacable de los tejes y manejes de los “Chicago Boys” y los principales Bancos de plaza. Moviéndose en esa maraña de cifras, desnuda la siniestra verdad de todas las negociaciones vinculadas a la deuda externa.
Pertrechado de datos y pruebas suficientes, a mediados de 1982, cuando aún no ha terminado la represión, este increíble Quijote aparece en el Juzgado Nacional de Primera instancia en lo criminal y correccional Federal N° 2, del Dr Miguel del Castillo, para presentar su denuncia contra José Alfredo Martínez de Hoz y demás responsables, fundada en que “el plan económico concebido y ejecutado por el Ministro de Economía de la Nación, en el período 1976-1981, se realizó con miras a producir un incalificable endeudamiento externo, que el ingreso de divisas tuvo por objeto la especulación financiera y la evasión de capitales, así como la apertura económica produjo cierre de empresas y dificultades en la capacidad exportadora y de producción y crecimiento del país”. Dicha denuncia la amplía, con fecha 13/10/83, agregando nuevos antecedentes.
De esta manera da la batalla que proseguirá hasta su muerte. Infatigable, tozudo, con increíble perseverancia, Olmos mantendrá activa esta causa, agregando nuevas pruebas y documentos. Foja sobre foja se irán conformando cuerpos que configurarán un monumento de esa vergüenza nacional. Durante esos años, multiplica esfuerzos brindando conferencias e interviniendo en mesas redondas sobre la cuestión de la deuda. Viaja incansablemente, polemiza e intenta introducir su verdad en “los medios”, sorteando los obstáculos de la aceitada maquinaria dominante. Al mismo tiempo, prosigue investigando las diversas cuestiones vinculadas a la deuda externa, como el alza de las tasas de interés aplicadas por los Estados Unidos o la estatización de la deuda externa privada, orquestada por González del Solar y Caballo en las postrimerías de la dictadura militar, que opera –a través de los seguros de cambio- durante el gobierno de Alfonsín.
El 5 de septiembre de 1984, la cuestión de la deuda externa adquiere estado público con el allanamiento del estudio Klein-Mairal, dispuesto por una comisión parlamentaria. “Allí –sostiene Olmos-, 200 carpetas revelaban de manera inequívoca todos los hilos de la conspiración económica que pasaban por las manos del Secretario de Estado Dr. Klein”. Con este motivo, el Congreso lo convoca y se desempeña como “asesor de hecho de la Comisión Investigadora y luego como asesor (oficial) de la comisión de Economía del Senado”.
Aporta allí al esclarecimiento de los aspectos ilegítimos de diversas negociaciones de deuda externa, pero finalmente el Congreso deja dormir esa valiosísima documentación. Los diputados radicales sostienen que la promesa de Alfonsín de “distinguir la deuda legítima de la deuda ilegítima” no puede cumplirse, pues ello resultaría “incompatible con la estrategia económica del gobierno”.
En esa época, Alejandro redacta su libro sobre la deuda, entregado a la imprenta a fines de 1989 y cuya primera edición llega a las librerías en los primeros meses de 1990: Todo lo que usted quiso saber sobre la deuda externa y siempre se lo ocultaron. Si el libro resume una patriada, la edición del mismo adquiere el mismo carácter de insólita gesta: la denominada “Editorial de los Argentinos” –al margen del mundo comercial- se nutre del esfuerzo del propio Olmos y de un grupo de amigos coincidentes con la lucha antiimperialista.
“Olmos denuncio arbitrariedades, acusó privilegios y condenó sistemas- define la solapa del libro-. El proceso judicial de la deuda externa de que trata este libro es el combate que Olmos libra en circunstancias trascendentales de la política argentina. Esta obra es su aporte al conocimiento de la verdad, desafiando, como siempre, los riesgos que supone enfrentar a los poderosos”.
La aparición del libro le permite intensificar la tarea de difusión, especialmente ahora –bajo el gobierno menemista-, cuando las privatizaciones de las empresas públicas y la consiguiente “capitalización de la deuda externa” anudan otro eslabón al vasallaje y acentúan la naturaleza corrupta de las negociaciones. Mientras, la acción judicial prosigue y los peritajes demuestran, paso a paso, la veracidad de sus imputaciones.
Una de las incidencias de ese proceso judicial le permite a Olmos enviar una carta abierta al ministro Domingo Cavallo, bajo el título “La indignidad de un ministro”. Allí sostiene, el 30 de junio de 1994: “El Juzgado Federal que investiga penalmente mi denuncia sobre la estafa de la deuda externa recibió –del Banco Central- los textos de algunos acuerdos celebrados con el FMI, pero en idioma inglés, porque el Banco no disponía de textos en castellano. Ante ello, el Juez reclamó a su Ministerio el envío de las correspondientes traducciones oficiales. En respuesta, su Ministerio comunicó que se hallaba gestionando ante el FMI (en Washington) las copias en castellano de dichos acuerdos. Vale decir: su Ministerio y el Banco Central se manejan en inglés. Y cuando se necesita volcar tales documentos al idioma del país, su Ministerio recurre a Washington para obtener traducciones al español (¡!). Fue así que, meses después del reclamo judicial, su Ministerio envió al Juzgado los textos en castellano que el FMI le remitiera. Y con membrete –por supuesto- del mismo Fondo. Este vergonzoso hecho –que los argentinos deben conocer- me obliga a señalar que su respuesta a la justicia de mi país constituye una afrenta a la dignidad nacional y una prueba de su desprecio a las instituciones y a la condición independiente de la República”. Sobre esta misma cuestión, lanza, poco mas tarde, un volante titulado “Traición se escribe en inglés”.
En esa misma época denuncia ante la Justicia las irregularidades que se vienen cometiendo en la implementación del programa de propiedad participada, que, en el momento de privatizarse ENTEL, otorgaba el 10% de las acciones telefónicas a sus empleados. Olmos considera que se está cometiendo un nuevo fraude al no entregar las acciones a los obreros telefónicos, no obstante que los dividendos redituados exceden largamente el pago a realizar por las mismas, al tiempo que se insiste en la práctica de designar funcionarios que representen a los trabajadores –sin la anuencia de éstos-, que realizan gastos extraordinarios en perjuicio de los mismos. De allí brota, poco después, su libro El fraude del programa de propiedad participada. Las acciones telefónicas. La trampa al personal y al Estado, también lanzado por la Editorial de los Argentinos.
Pero mas allá de esta denuncia en defensa de los obreros telefónicos, el tema de la deuda externa continúa concitando los mayores esfuerzos de Alejandro, quien no pierde oportunidad de insistir, una y otra vez, en la ilicitud de la mayor parte de la misma, así como de los intereses usurarios que devenga y las irregularidades cometidas en renegociaciones como el Plan Brady, dirigido a beneficiar a los tenedores de títulos notoriamente depreciados y canjeados por otros nuevos, con mejor garantía.
Esta perseverante tarea de difusión, con escasísimos medios, concurre a instalar en la sociedad argentina el tema de la deuda externa como una de sus cuestiones más importantes. Aquello que Alejandro había iniciado, en plena soledad, trece años atrás, alcanza repercusión y torna a constituirse en una de las preocupaciones de los argentinos en los debates políticos. Por entonces, 1995, él mantiene su lucha desde los Tribunales, agregando informes a los legajos y “sugiriendo ampliación de la investigación”, pues “la deuda externa continúa incrementándose como prolongación y consolidación de los ilícitos anteriores al 10 de diciembre de 1983”. Denuncia, asimismo, que las negociaciones y renegociaciones que se han llevado a cabo bajo los gobiernos de Alfonsin y Menem implican “acuerdos que condicionan una política económica al servicio de intereses extraños al país”.
En esa época –mediados de 1995- impulsa la constitución de un “Foro Nacional Convocante al juicio público de la deuda externa y sus responsables”. El tema de la deuda resulta ya lo suficientemente conocido como para que cuadros antiimperialistas, intelectuales y políticos de diversos partidos adhieran al mismo. La declaración fundacional convoca a “una movilización popular contra el fraude de la deuda externa que determina una indigna dependencia de los poderes económicos, con sus trágicas secuelas de hambre, desocupación y miseria. Ello impone, ante la falencia de las instituciones, la obligación ineludible de llamar a la formación de un Tribunal Público que asuma la decisión de juzgar a los responsables del mayor crimen cometido contra los intereses del país … En el proceso – que hace 13 años tramitan los jueces de la República, en el marco de un silencio cómplice y de una sociedad que lo ignora –están los documentos, los testimonios y las pericias que prueban la expoliación económica y social dispuesta por quienes, desde 1976, vienen sometiendo a la Nación al designio de los centros transnacionales del poder financiero… El juicio público señala el límite que separa la traición de los deberes para con la Patria y su pueblo. De un lado están los que luchan contra la deuda y al servicio del país.
Del otro, los que están contra el país, al servicio de la deuda.”
El Foro Nacional Convocante realiza su primer plenario en Icho Cruz, provincia de Córdoba, el 14 de julio de 1996. Allí resuelve: comprometer su esfuerzo en el juzgamiento de la deuda pública y sus responsables demandando, asimismo, la suspensión de todo pago mientras no se demuestre su legitimidad y fundar “las bases de un Tribunal Autónomo del Pueblo para juzgar todo acto, planes o políticas que atenten contra el interés nacional… convocando para ello a una movilización nacional de protesta y rebeldía para imponer la verdadera justicia”.

De esa reunión surge la decisión de que el Foro tome a su cargo la realización de un Juicio a la Deuda Externa, con fiscales, defensores y jueces para debatir públicamente la cuestión. Dicho juicio se concreta en octubre de 1996, en la Facultad de Derecho de Buenos Aires, a través de ocho audiencias, constituyéndose en importantísimo avance en la formación de la conciencia pública acerca de la estafa y el saqueo producido por el endeudamiento externo. Acompañando esa reunión, Alejandro relanza su Palabra Argentina, ya no con aquellos colores rojos y negros de sus orígenes, sino en blando y negro, con papel de modesto gramaje pero con este titular: “El fraude de la deuda externa ante el tribunal del pueblo”.
Poco después, completa esta campaña con una carta abierta al presidente Menem. Allí, afirma: “Venimos a demandar que la Constitución se cumpla…Vuelva a leer, Señor Presidente, esa Constitución que usted reemplazó por las instrucciones del Fondo y por los dólares del Banco Mundial que financia los despidos…No es nuestro propósito echar leña a la hoguera de los desencuentro y los odios. Pero tampoco podemos ser cómplices de la política que impone su gobierno… Su gobierno entregó, a precio vil, los bienes de la Nación y sigue sometiendo al país a una deuda que el país no tiene. Pero que debe pagar con el cierre de las escuelas, con las penurias de los enfermos y con la vida de los jubilados. Ya nada nos queda a los argentinos de las empresas que Perón recuperó para el estado. No nos queda ni la dignidad del trabajo, porque la desocupación y el desamparo se han impuesto como sistema. Sobre la Patria vendida cae el martillo de una subasta planificada por los bancos, con la complicidad de los sirvientes del soborno… Mientras se negocian posiciones y candidaturas en la disputa de las internas partidarias, los intereses dominantes que manejan al Estado convierten al país en una verdadera factoría… Los dineros de Judas se han impuesto a la Biblia del Juramento… Por ello ha sido posible que, al cabo de catorce años de iniciado el más importante proceso judicial, los responsables y ejecutores del fraude a la deuda externa sigan manejando la economía nacional, lucrando con la riqueza del país y con la pobreza de su pueblo… La resistencia y la desobediencia civil son recursos de la voluntad nacional en defensa de la Constitución y del país. Son las únicas armas que el pueblo tiene para oponerse a la violencia de los que mandan… No convocamos a la subversión ni a la violencia, porque subversivos y violentos son los que empujan al pueblo a la angustia y a la desesperanza… Sólo hay un camino, Señor Presidente. Y es volver al pueblo, rompiendo con la delincuencia transnacional del poder financiero. Es la hora de la desobediencia frente a los apostatas de la democracia, resistiendo a la violencia de una autoridad pública que podrá ser lícita, pero que ha dejado de ser legítima”.
En esa época, con la colaboración de algunos compañeros del campo antiimperialista –entre otros, Norberto Acerbi, Luis Donikiany, Carlos Juliá-, Alejandro consigue dar mayor impulso al Foro Nacional Convocante, transformándolo en Foro Argentino de la Deuda Externa, cuyo domicilio se establece provisoriamente, primero, en el barrio de San Telmo (Chile al quinientos) y luego, cerca de Tribunales, en la calle Paraná. Desde allí continúa la lucha infatigable: “Compatriota: te convocamos a una nueva guerra por la independencia, la lucha contra la Deuda Externa. Contra esa Deuda –fraguada y fraudulenta- donde se asienta un sistema de dominación y de injusticia… Esta no es la causa de un sector ni de un partido. Es la causa de todos… junto a los pueblos que, en la Patria Grande de la América nuestra, no se someten al poder financiero que roba y esclaviza”.
Asimismo, viaja al exterior y participa en diversos congresos. A fines de 1998, expone, en Bruselas y Ámsterdam, acerca de “el caso argentino” –único país donde el tema de la Deuda ha sido planteado ante la justicia-, asistiendo luego al Encuentro Internacional realizado en Caracas y poco más tarde, en abril de 1999, presentando un informe ante el Tribunal Internacional de la Deuda, reunido en Río de Janeiro.
Mientras, el juicio continúa sustanciándose –lleva ya diecisiete años desde su iniciación- y acumula más de 30 cuerpos y 500 anexos. Las pericias han acreditado el carácter fraudulento de la deuda y los graves daños ocasionados al país. Su carácter delictuoso resulta evidente, llegándose al extremo de que el Banco Central reconoce carecer de registraciones sobre la deuda y para “la administración de la misma” se constituye un comité de siete bancos acreedores liderados por el Citibank, “comité que será quien determine cuánto debe el país, a quien y cuando debe pagar”.

Cercanas las elecciones del 24 de octubre de 1999, Alejandro envía sendas cartas abiertas a los dos candidatos a presidentes –Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa- exhortándolos a oír el reclamo popular y “no pagar lo que no se debe, ni lo que es ilegítimo y a demandar la devolución de los pagos mal habidos, exigiendo reparaciones por los daños causados”. A Duhalde le imputa complicidad, desde la función pública, “al someterse a la trampa de los delincuentes internacionales”. A De la Rúa le refuta su compromiso de “honrar la deuda” y lo alerta especialmente sobre la posible designación –en el caso de triunfar- de José Luis Machinea como ministro de Economía, así como el posible nombramiento de Daniel Marx para negociar la deuda, sosteniendo que ambos ya se han desempeñado en gobiernos anteriores y no constituyen garantía alguna de desempeño en defensa de los intereses nacionales. La carta a De la Rúa termina proféticamente: “Y no olvide aquella sentencia del Presidente Sarney, del Brasil, cuando advirtió: Deuda que se cancela con la miseria, ¡se paga con la democracia!
En esos días de noviembre o diciembre de 1999, me encontré con él por última vez. A los setenta y cinco años –no obstante la grave enfermedad que ya lo aquejaba- Alejandro Olmos mantenía plenamente sus ímpetus de luchador, así como sus proyectos. Me explicó que estaba dispuesto a remover cielo y tierra para lanzar nuevamente Palabra Argentina, pero ahora como diario. Era imprescindible –me dijo- estar todos los días junto al pueblo revelando verdades, acompañando sus experiencias... Por supuesto, le prometí mi colaboración, pero cuando le aduje que para aparecer diariamente se necesitaría una fuerte financiación, que estimaba muy difícil de lograr, hizo un gesto de contrariedad, como negándose a aceptar los obstáculos que imponía la realidad.
-Pero ¡como se le ocurre que no vamos a conseguir el apoyo financiero necesario! Pero si, esté seguro, que lo vamos a hacer... Y agregó, convencido: -Lo vamos a hacer porque es imprescindible hacerlo, ya mismo, pronto... En eso quedamos y cuando nos despedíamos, me comento con suma ansiedad: - Me informaron en el juzgado que la sentencia esta por salir. Y reconoce todas mis renuncias, ¿qué le parece?.
Contó las moneditas para el colectivo –él, que hacía dos décadas que había entregado su vida a contar cómo engrosaba la deuda externa en miles de millones de dólares-, y se perdió entre el ir y venir de sus compatriotas, en el atardecer de la Plaza de los dos Congresos.
En ese verano del 2000 –apesadumbrado por la muerte de uno de sus hijos-, Alejandro da su última batalla, esta vez contra el cáncer. En la noche del 24 de abril, un amigo me informó que había fallecido.
La sentencia del juicio de la Deuda fue dada a conocer recién 80 días mas tarde: el 13 de julio. Si bien los imputados quedaban sobreseídos por el transcurso del tiempo, la justicia reconocía como correctas las denuncias de Alejandro y dada la gravedad del asunto transfería el expediente –después de 18 años- al Congreso Nacional para que se informara y adoptara las medidas correspondientes.
Algunos amigos lamentaron que Alejandro no hubiese vivido un tiempo más para gratificarse al conocer esa sentencia que venía a dar razón a su larga y porfiada lucha. Seguramente le hubiese gustado leer detenidamente ese documento –como siempre, a microscopio, detectándole concesiones y sutilezas-, pero, de cualquier modo, los hombres como Alejandro Olmos no necesitan el reconocimiento de ningún juzgado, ni tampoco la necrología que le negaron casi todos los diarios. Como decía Arturo Jauretche refiriéndose a los luchadores nacionales que, como en este caso, “entran en todos los barullos, pero no en la listas de cobranza”, ellos están seguros de “ser los triunfadores, porque van a la lucha sabiendo que sólo son eslabones”.

NORBERTO GALASSO

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